jueves, 11 de septiembre de 2014

I.

<<Tres, dos, luces, uno, micro, acción>>
<<Oh, bella princesa, permíteme serviros... [...]>>

Aún recuerdo esa obra como si la hubiera interpretado ayer, como si tuviera la obligación de repetirla a cada instante en mi subconsciente y ésta misma, aferrada, no se quisiera nublar entre otros recuerdos ya olvidados.

<<[...] Por ti mataré a cual valeroso vil caballero honre despreciaros... [...]>>
<<[...] Vos sois mi amada y os honraré como tal os merecéis... [...]>>

Sus frases me atormentan constantemente, junto a ellas, viene un sinfín de risas, tristezas, frenesís, admiraciones, amargura, pesadumbre... Y sobre todo, la nostalgia de aquellos grandes momentos donde todos éramos uno solo y compartíamos el mismo sueño, la gran obra de teatro de final de curso, el mismo día de la graduación.

<<[...] Me honra teneros a mi lado fiel caballero,
diré a padre que os deje a vos tomar mi mano... [...]>>

En aquellos tiempos, no había preocupación mayor que la de sacar la obra y el curso adelante, algo que resultaba bastante fácil ya que los de arte no teníamos materias tan duras como los de ciencias o letras. A menudo, los colegas de arte dramático y yo íbamos a un pequeño local situado enfrente del teatro, donde solían poner algo de música alternativa, nos pasábamos horas hablando y tomando unas cuantas cervezas. El local estaba bastante bien amueblado, contaba con algunas mesas junto a la pared y un pequeño billar en el centro, al lado de un precioso fonógrafo.

<<[...] Alteza, con mucho gusto tomaré la mano de vuestra hija la princesa... [...]>>

Sin duda, esa obra tenía algo de especial. A mi hacía tiempo que me gustaba la cultura del medievo, las formas de expresión que tenían me resultaban inmensamente educadas aparte de la vestimenta, en los que los ricos lucían las más preciadas sedas bordadas de fino oro, y los pobres, prendas de lana o paño. Pero eso no era lo más especial de toda la obra, sino la princesa. Aquella chica era la más guapa que hasta hoy he podido ver y alcanzar a conocer. Tenía la piel pálida como la leche y era suave como la seda, la sonrisa apenas dejaba entrever los pequeños dientes blancos como la plata y sus ojos color aguamarina resultaban fascinantes....

Continuará...

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