© Fotografía. Olga Doganoc
Solías ser arte…
Y como arte que eras yo me
desatendía. Te observaba extenuante
hasta que el mismo tiempo me resultó insignificante.
Mi mente se desencajaba si no te contemplaba y hasta mis músculos se entumecían
si no me sentaba a admirarte. Entre mis ojeras y mis dilemas prefería
enfermarme, puesto un segundo sin hallarte resultaba abandonarse a la locura y cualquier desazón conseguía que hasta yo
mismo me replanteara mi cordura.
Solías ser arte…
Y como arte que eras el observador
no vale nada. Mi tiempo perdido sólo era un deleite bien atendido, puesto lo
único que buscas es ser alabada, y el tiempo para ti carece de toda importancia.
Ambiciosa, cada día te ponías más hermosa, y cuantas más miradas recibías más
aumentaba tu porte orgullosa sabiendo que ningún mortal juzgaría malamente tu
apariencia vanidosa.
Solías ser arte…
Y como arte que eras me
corrompiste. No hallé refugio bajo ningún otro techo que no fuese el tuyo, y mi
camino no era aquel otro que no compartiera el mismo final. Y un día, prisionero de ti, me dejaste varado en la
orilla de la amargura, te fuiste un día después de que hube jurado ante todos
mi amor ante ti, con toda su bravura.
Y varado en esa orilla perdido de
cualquier incumbencia, me percaté de mi presencia. Y entonces,
comprendí por qué solías ser arte…
Porque el arte sólo importa para quien lo contempla y se rinde ante su
magnificencia.